¿Tú también, PAN?

Para las generaciones anteriores a la del de la letra, prácticamente desde la independencia...

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Para las generaciones anteriores a la del de la letra, prácticamente desde la independencia hasta la Revolución Mexicana el espectro político era bipolar —no en el sentido psiquiátrico en el que parece serlo ahora—, pues solo había liberales y conservadores. Después de la gran guerra social, la derecha siguió pareciéndose a sí misma: conservadora, católica y anti-libertaria, pero en el corrimiento hacia la izquierda —incluso desde cerca del conservadurismo— empezaron a surgir matices que dejaron de hacer inteligible dicha dicotomía, y al llegar al hito de 1988, marcado por el cardenismo, los esfuerzos por crear una oposición a una hegemónica centro-izquierda pretendidamente socialdemócrata —en los documentos tal parece ser la identidad del Partido Revolucionario Institucional, aunque en los hechos casi siempre ha sido un partido centroderechista y en no escasas ocasiones hasta ha exhibido signos fascistoides (1968, verbigracia)— derivaron en la conquista de la presidencia de la república por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que finalmente fue robada por el oficialismo, en una cínica operación pseudoinformática orquestada por la ahora vetusta estrella de la Cuarta Transformación de Andrés Manuel López Obrador, Manuel Bartlett Díaz, que dirige con sorprendente habilidad a la hasta hace poco moribunda Comisión Federal de Electricidad.

Nuestra historia política reciente, en efecto, es una novela tan enredada y llena de sorpresas, a veces escabrosa, en ocasiones heroica, que ni Gabriel García Márquez, José Lezama Lima o Camilo José Cela hubiesen podido tejer en sus momentos creativos más febriles y exuberantes.

El Partido de la Revolución Democrática fue el resultado de lo que se pretendió fusión, pero acabó en revoltijo de las variopintas fuerzas de izquierda, algunas democráticas y otras todo lo contrario —hasta estalinistas hubo—, pero era una verdadera esperanza que hicieron posible los militantes que rodeaban a la señera figura del ex gobernador de Michoacán, que hizo sentir que el Sol Azteca naciente estaba destinado a ser eterno, pero a fin de cuentas, la intrusión de los infames “Chuchos” —Ortega y Zambrano—, entre múltiples factores simbolizó el predominio del cáncer que ya estaba en germen y que este 2 de junio acabó por extinguir los rayos del mexica astro rey. Nunca —y el que redacta pasó por ahí antes de cumplir las dos décadas de edad— lo hubiésemos pensado: ¿Cómo esa fuerza tan portentosa de Cuauhtémoc, Porfirio, Ifigenia, Heberto y el propio Andrés Manuel, entre muchos otros líderes, principalmente del PSUM, el PMT, el PMS, PPR y PST, podría alguna vez mermar? Antes bien: en el año fundacional de 1989 esperábamos un triunfo no muy lejano, inevitable.

Ya hablamos en este espacio de las taras congénitas, las plagas y los males que tantos malos bichos llevaron al PRD, hasta extinguirlo. Tanto fue así, que al momento de saberse que en la última elección federal el partido no alcanzó ni remotamente la votación mínima del tres por ciento que exige la ley electoral para que los institutos  políticos conserven su registro, no hubo mucha sorpresa que digamos: el PRD ya daba pena ajena desde hacía un par de lustros, por lo menos, y el triste desenlace era previsible.

¿Pero el Partido Acción Nacional? ¿Acaso estará emprendiendo la marcha hacia el desfiladero, siguiendo el ejemplo del PRD? Para quienes se preguntan por qué en todos los comunicados, documentos y menciones oficiales el primer partido en nombrarse es el PAN, pues sepan que el criterio que se sigue es de la mayor antigüedad de registro.

El PAN fue fundado en 1939 como un partido declaradamente democristiano y se identificó con los valores de la derecha política y el conservadurismo católico, y amén de que fue desde entonces hasta el año 2000, cuando conquistó la presidencia postulando a un ejecutivo de una empresa transnacional ajeno a toda ideología —y, para muchos, quizás a todo pensamiento, de cualquier índole—, Vicente Fox Quesada, un bastión de la democracia, siempre ha gravitado en la vida nacional.

En realidad, los fundadores del PAN eran añejos luchadores contra el autoritarismo oficial y su método de lucha siempre fue la defensa de la democracia, lo cual en los últimos años ha sido por lo menos cuestionado, aunque la identidad se tambaleaba desde la irrupción del capital empresarial durante el echeverriato.

 Si hay democracia en México, no se puede soslayar la deuda que tenemos con los panistas fundadores como Manuel Gómez Morín (exrector de la UNAM), Efraín González Luna y Juan Gutiérrez Lascuráin, entre los más ilustres, unidos merced a su oposición al presidente izquierdista Lázaro Cárdenas del Río, pero la crisis de toda institución política que no sea el Morena está ya desfundando a un PAN de por sí muy extraviado.

Es cierto que el partido blanquiazul fue el principal, casi único artífice de que la coalición opositora al partido de Claudia Sheinbaum tuviese una barra, aunque modesta, por lo menos visible en los gráficos publicados tras la votación de hace cuatro domingos. Pero su debilitamiento es evidente, y no solo por cargar los pesos muertos del ya extinto PRD y del moribundo PRI. El Sol Azteca acarició la presidencia y hoy riquiescat in pace. El blanquiazul ha puesto dos presidentes, pero no por eso podrá colgar la hamaca.

La noticia de la pérdida del registro del PAN en Tabasco debiera ser de máxima alerta. Nada es eterno per se.

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