Fiero como león y astuto como zorro

José Luis Ripoll Gómez: Fiero como león y astuto como zorro.

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Los que estudiamos derecho siempre analizamos las diferencias entre las normas jurídicas y las morales. Mientras las primeras son externas, bilaterales, coercibles y heterónomas; las segundas son internas, unilaterales, incoercibles y autónomas. Las legales son externas porque lo que importa es que la conducta se produzca, no sólo se piensa; bilaterales porque siempre rige relaciones entre dos partes, esposo y esposa, actor y demandado, Estado y ciudadano; son además coercibles porque no dependen de la voluntad de cada quien, sino hay que cumplirla, es obligatoria para todos. Son heterónomas porque las crean otras entidades (poder legislativo) diferentes a uno.

En el caso de las morales, son internas porque están dadas para cumplirse por uno mismo; unilaterales porque son válidas sólo para uno, rige para el mismo sujeto que la creó; son también incoercibles porque no llevan castigo por violarlas, sino sólo “el remordimiento de conciencia”; por último, son autónomas en virtud de que uno mismos las construye. Hay ocasiones cuando se viola una ley o se incumple una norma jurídica, que el castigo moral puede llegar a constituir uno más fuerte que la sanción administrativa e incluso que la corrección penal. Pensar cometer un delito no acarrea consecuencias jurídicas, pero puede generar consecuencias morales.

En este sentido la ley se vincula cuando un sujeto viola en detrimento de otro; en el caso de la ética, la conciencia de la propia posibilidad de violación es la culpabilidad del sujeto. El sólo pensar cometer una injusticia o una conducta perversa o inadecuada tiene consecuencias morales no jurídicas. “La buena conciencia es la mejor almohada para dormir”, dijo Sócrates. Sin pretender caer en moralismos nos atrevemos a sostener que es peligroso en nombre de la libre conciencia, considerar “buena moral” a valores que se alejan de los bienes universales del respeto y la libertad.

Parece ser que la sociedad líquida y posmoderna que nos corresponde premia la maldad y castiga la bondad. Hay veces que se valoran actos moralmente dudosos como “intrépidos”, “modernos,” verbigracia los narcotraficantes como “El Chapo Guzmán” o Rafael Caro Quintero, algunas personas los consideran rebeldes y “ejemplos” de cómo generar riqueza y evadir la justicia.

En forma irónica, Maquivelo distingue y separa ética de política, como el agua y el aceite. Dos materias imposibles de mezclar. En política ser sagaz, es ser dilecto en la toma de decisiones. Algunos prefieren a un “bandido” que a una persona honrada dentro de un grupo político. La maldad está sobrevalorada y la bondad como un acto para ilusos. En política, fiero como león y astuto como zorro, sostenía el mismo Maquivaelo. El primero destaca por su fuerza y fiereza para ahuyentar a los enemigos y cazar su presa, mientras que el segundo por su inteligencia para escapar de las trampas. Para este autor, así debe ser quien se dedica a la política.

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, se atrevió a decir el griego Demócrito.

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