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“Ser feliz no siempre es una diversión”, cantaban los Inmigrantes, una banda argentina que se perdió en la primera década del siglo XXI. En nuestro convulso y árido siglo XXI, donde la vorágine de los acontecimientos va muy por delante de nuestra capacidad para generar certezas, la felicidad ha pasado de ser un derecho a convertirse en una obligación. Vivimos en tiempos de la dictadura de la felicidad.

Byung-Chul Han, el penúltimo rockstar (uno nunca sabe cuándo puede surgir el último) de la filosofía, ha desarrollado en varias de sus obras el concepto foucaultiano de la biopolítica; un concepto que dicta la forma en que el poder y la política rigen la vida de las personas, condicionando su forma de pensar, actuar y comportarse.

Para el filósofo coreano, a través del concepto de la psicopolítica (desarrollo del concepto de biopolítica de Foucault) el éxito del neoliberalismo, como apuntalamiento discursivo del capitalismo, radica en su capacidad para imponerse mediante la seducción y no por la coerción. Antes, el capitalismo se imponía por la fuerza, en la actualidad se legítima como un softpower que normaliza su actuar. No hay mayor poder que aquel que es validado como normalidad, donde no hay resistencia.

Para Byung-Chul Han, el ser humano en la actualidad no sólo es explotado, sino que también forma parte y disfruta de su explotación. ¿Cómo logró el neoliberalismo imponerse como discurso hegemónico? Mediante tretas y falacias que encubren las contradicciones de un sistema económico que ya no da más de sí. Si no llegas a fin de mes, no es por la desigualdad imperante de la época, sino porque no te esforzaste lo suficiente. El éxito está en ti mismo, la abundancia está a la mano, sólo hay que “decretarla”. Si sufres, “gestiona” tus emociones; sí, gestionar como si fueras empresa: “tú eres tu propia empresa, invierte en ti”.

La subjetividad de estos discursos convierte los grandes problemas de nuestro tiempo: la desigualdad, el calentamiento global o la marginación, en una responsabilidad individual cuando en el fondo son problemas de carácter colectivo. Por ejemplo, el calentamiento global no radica en la responsabilidad individual de aquellas personas que no separan y reciclan su basura, sino en las grandes empresas que a nivel global producen más del 80% de las emisiones de dióxido de carbono. Si la desigualdad económica genera cada día más malestar social, no es por culpa de aquellas personas que no se esfuerzan lo suficiente, sino por el acaparamiento de la riqueza del 1% más rico que posee más riqueza que el 95 % de la población mundial en conjunto.

El neoliberalismo, como creador de subjetividades, desarrolla una serie de mandatos y exigencias que cuando no son cumplidas generan displacer. Si uno contempla brevemente el tipo de publicaciones que pululan en las redes sociales, se dará cuenta que las publicaciones que más abundan son aquellas que están relacionadas con el desarrollo personal, la felicidad, el éxito en uno mismo. “Si viajas, viaja más, ten un cuerpo de diez, ve al gimnasio, aprende otro deporte. Hazte más competitivo en tu trabajo, aprende otro idioma. Si no llegas a fin de mes, tal vez deberías considerar tener otro trabajo, dos trabajos, tres trabajos, ¿y si mejor emprendes? Mejor ser tu propio jefe y no tener prestaciones laborales que vivir bajo el yugo de alguien más. Amar más, desear más, tener más amigos, siempre más. Y una cosa más: todo, absolutamente hacerlo con pasión”. ¿No resulta, por lo menos, agotadora esta idea de la felicidad?
Decía Freud que la felicidad humana no está en los planes de la creación. Pero igual y podemos construir un mundo mucho más justo y digno si dejamos de vernos el ombligo y comprendemos que la dicha está en el estar con y para el otro.

Porque “no me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida”, dijo un sabio una vez por ahí. 

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